Partito della Rifondazione Comunista
5° CONGRESO DEL PRC
Documento de preparación

PRC/V Congreso/Documento de preparacion

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ABERTURA Y INOVACIÓN:
CAMBIARNOS PARA TRANSFORMAR LA SOCIEDAD
Documento de preparación para el congreso del PRC

Es posible que se estén creando en el mundo las condiciones para un nuevo comienzo de un proceso revolucionario, es decir, para asumir la mayor tarea que pueda existir para la política, la superación del orden existente, la superación de la sociedad capitalista.

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1. Es posible volver a empezar a trabajar, aun a sabiendas de la desproporción entre nuestras fuerzas y la enorme tarea, pero con otros en todo el mundo, en torno a la cuestión de la transición: otro mundo es posible.
Es posible que el surgir de las gentes de Seattle, "movimiento de movimientos", máximo acontecimiento de nuestro tiempo, el primer movimiento digno de ese nombre desde el siglo XX, sea el heraldo, no de la muerte, sino del nacimiento de un nuevo movimiento de los trabajadores.
Es posible, y éste es nuestro gran desafío en esta fase: pero no es seguro. Otro acontecimiento de este momento, el trágico 11 de setiembre en Nueva York y Washington, con que resurgen el terrorismo destructivo y los nuevos "vientos de guerra" planetarios, va en la dirección exactamente opuesta. Lo que sí podemos decir es que nada será como antes, y que en el centro de nuestra iniciativa política se vuelve a colocar la centralidad de la lucha por la paz, contra los fundamentalismos especulativos del terrorismo y de la guerra. Esto es una tarea decisiva, inseparable de la lucha de los movimientos, de la crítica de la globalización capitalista y neoliberalista.
El trabajo político del Prc (Partido de refundación comunista) consiste en contribuir al alejamiento de la izquierda - desde abajo y pluralísticamente - de la derrota del movimiento trabajador y de su crisis. Alejamiento en la dirección opuesta, se podría decir, al camino por el que han fracasado fuerzas tradicionalmente de izquierda, aparcadas en el centro-izquierda y en su postura de gobierno, desde EE UU hasta Europa.
Ese fracaso obliga a ir por otro camino, el camino anticapitalista. La misma alternativa contra las derechas incrustadas en el gobierno, en Italia como en EE UU, impone esa búsqueda estratégica. La cesura entre las dos cosas ha sido puesta en crisis desde derecha como desde izquierda.
El Prc (Partido de refundación comunista)--que, aunque sea solo como resistencia, ha defendido la alternativa de izquierda comunista durante la revolución capitalista restauradora - ha ganado una batalla. Que hoy le permite entrar en la nueva fase para hacer madurar la alternativa en Europa y volver a poner en marcha un proceso de cambio en el mundo. Para poder hacerlo, el Prc (Partido de refundación comunista) elige la apertura y la innovación. Bajo este signo y sin equívocos, queremos iniciar la fase preparatoria del congreso del partido. Por ello hemos decidido que antes del congreso haya una confrontación y una consulta - sobre el sentido político que debe asumir - con otras fuerzas, otras experiencias, otras organizaciones, otros periódicos, otros movimientos y asociaciones y personalidades de la izquierda crítica (anticapitalista) cualquiera que sea su posición, sólo en cuanto interesados en el mismo horizonte de investigación. Nos comprometemos a tener en cuenta sus opiniones asumiendo totalmente nosotros solos, como es nuestro deber, las responsabilidades políticas que emanen del congreso. Nuestro camino comienza con la apertura --para innovar las culturas políticas, las prácticas y los modelos de organización de una fuerza comunista.

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2. El balance de nuestra re-fundación nos puede ayudar para la nueva empresa. Algo se ha hecho, a veces algún que otro arranque osado. Es lo que nos ha permitido defender la existencia del partido y, con él, una hipótesis política antagonista. Algo es algo. Esos arranques nos han llevado al encontronazo con los que, como el nuevo movimiento, exigen un salto cualitativo, que pide a la misma innovación que no proceda sólo por arranques sino que se transforme en sistema, con una lucha abierta contra los vicios y el conservatismo que niegan realidades interesantes. La ruptura con el centro-izquierda y el portazo a la mayoría del gobierno Prodi fueron un acto de re-fundación, una ruptura también contra la cultura de los dirigentes del Partido comunista italiano y contra la fuerte y respetable herencia togliattiana. Con esa ruptura se negaba la prioridad de ser gobierno en el actuar político y se desplazaba la atención del plano político-parlamentario al plano político social. Lo que se niega en esa ruptura es que pueda existir un doble plano, la planificación "realista" del aquí y ahora, y, sobre todo, de las políticas de gobierno, y un segundo plano, el plano de la utopía del socialismo futuro. El problema que se plantea, y plantear no es resolver, es la relación que pueda existir entre la práctica política cotidiana (incluyendo la acción gubernamental) y la transformación de la sociedad capitalista. El problema que se nos echa encima es que el foco político le da la espalda al Estado, a las instituciones y a las fuerzas organizadas y vuelve a enfocar la dinámica de las fuerzas sociales, del movimiento y de las luchas de masa (lo que supone, en cierto sentido, un regreso a las fuentes del movimiento comunista). El análisis crítico de la globalización neoliberal ha reforzado esta innovación y ha causado otra: en la definición de las relaciones internacionales, en las relaciones entre los partidos y hasta los Estados, abandonando el argumento de la afinidad ideológica y de origen para dar prioridad a la experiencia, a la crítica y a la alternativa a la modernización capitalista, colocando la búsqueda misma de la construcción de un subjetividad o activismo de izquierda a nivel europeo.
La ruptura radical con el estalinismo ha tenido en el movimiento comunista italiano su origen principal en la problemática de los derechos de la persona y de la democracia. Nuestra ruptura radical con el estalinismo hace suyos, reconoce, esos derechos y los desarrolla en nombre del socialismo, de la liberación del trabajo asalariado, de la critica de la alienación, de la crítica del divorcio entre lo privado y lo público, entre el ciudadano burgués y el Estado, en nombre de la revolución como indivisible fenómeno mundial. Esta ruptura no sólo ha sido una necesidad histórica sino también una contribución a la tarea de comprender claramente de dónde hay que volver a empezar y con qué bagaje. El divorcio definitivo del estalinismo es la condición necesaria para poder plantear hoy el problema del comunismo y es también una advertencia permanente para quitarse de encima todo residuo en la práctica cotidiana.
Así vemos nosotros el encuentro de Livorno (21 de enero de este año). Hemos introducido desde tiempo las culturas ecológicas en la base clasista (marxiana) de una lectura crítica de la sociedad y, también la larga, difícil y aun incompleta crítica que es la experiencia de las mujeres y de las culturas de "género", y nuestra manera concreta de existir. Y estas rupturas nos han llevado primero a reconquistar sobre el terreno la existencia del Prc, en una competición electoral, que ha visto la victoria de las derechas (el derrumbamiento del centro-izquierda), pero que hubiera podido liquidar la presencia de una izquierda anticapitalista en las instituciones y en el ataque al gobierno, la cual, en vez de ser liquidada, se ha convertido, no sólo en un interlocutor político, sino, sobre todo, en un elemento interno, reconocido como tal, del movimiento de rechazo de la globalización capitalista.
Después de Génova, hemos dicho que nada será como antes. Cambia la fase. Por un lado, la globalización capitalista ha revelado sus contradicciones y su intrínseca inestabilidad, por otro lado, la hegemonía del pensamiento único se ha desmoronado y ha surgido un multifacético y duradero movimiento de protesta a escala mundial. Pero la verdadera y radical novedad, relacionada con la de este nuevo ciclo del desarrollo capitalista, contiene un riesgo, --aparte de ser una ocasión para nosotros y para las fuerzas anticapitalistas-a saber, el riesgo de convertirse en la antipolítica, o sea, en la negación de la política, es decir, en dejar de lado la cuestión del poder, de la propiedad y del modo de producción capitalista. Para superar el desafío hace falta innovar radicalmente, también en el terreno de las culturas políticas, de las maneras de organizar y de comportarse. Es decir, hay que cambiar ciertas cosas que nunca hemos cambiado, algo que hemos tolerado que nos esterilice con subrepticias propensiones conservadoras y autosuficientes, que nos corrompa con nuevos vicios que vienen de la llamada modernización. En un partido que ha sabido conservar el sentido exacto del adversario de clase, que vivido todas las fases de la innovación en la historia interna del movimiento de los trabajadores y siempre hacia la izquierda, en un partido construido de esa manera, hoy, frente al surgir de un nuevo movimiento, la apertura es la clave de bóveda de su reconstrucción. Ha sonado la hora de la autorreforma.

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3. El movimiento nos obliga a un difícil trabajo de reconstrucción, --en el terreno práctico y en el teórico-- del sujeto o actor de la trasformación, y al mismo tiempo, lo hace posible y de nuevo actual. Podemos aprender, con los errores de nuestra historia, que la liberación del trabajo no viene de su expansión ni de su ubicuidad. Podemos aprender de nuestros errores que la conquista del poder no produce necesariamente una nueva sociedad, que esa conquista del poder puede ser la causa de nuevas opresiones, que del productivismo no viene una nueva calidad de vida. Hemos aprendido incluso que enfrentarse con los desafíos del futuro no es seguro que conduzca a un éxito para el proletariado. Pero lo que sigue siendo verdad, esos posos de verdad de que brotamos, es que la historia, el pasado, el presente, la organización de la sociedad, no son cosas objetivas y que para vivir esa verdad que nos lleva a cambiar el mundo, hace falta una ciencia de la sociedad en que vivimos, sociedad capitalista y, por tanto, dialéctica, es decir, que la fuerza-trabajo no se puede reducir a una mera "cosa" del capital y, porque no es "cosa", puede producir en todo momento el conflicto de clase y el antagonismo. Esta subjetividad (no su dato sociológico, no la pura materialidad de la prestación laboral, no el trabajador que trabaja en serie más bien que el especializado), esta subjetividad, digo, que es lo que "queda fuera", es el objetivo de la investigación del nuevo proletariado en cuanto sujeto actor de la transformación. Así se comprende mejor por qué es posible y necesario buscar los vínculos sociales y culturales entre la clase obrera tradicional y las nuevas subjetividades críticas que se están formando en los nuevos actores.
Hoy, en la globalización neoliberal, el trabajo que depende del capital aumenta en número absoluto en el mundo pero este aumento, que lo es también desde el punto de vista de su peso relativo en la sociedad, se combina con una fragmentación y dispersión en la composición social de clase, se combina con una individuación y aparente autonomía de muchos de sus componentes, y se combina también con una restauración en las relaciones entre las clases y entre la empresa y el trabajador, como si esta evolución se aprovechara de la incertidumbre y precariedad que es el carácter más visible de la nueva condición social. Por lo demás, la centralidad de los trabajadores nunca ha dependido de su cantidad sino más bien de su posibilidad-capacidad de unificación. Ni nunca ha dependido de su fuerza en el terreno de la distribución, sino más bien de su protesta contra la tendencia de reducir la fuerza-trabajo a un capital variable, afirmando al revés en esa protesta su condición de trabajo vivo, y con ello, descubriendo un continente de liberación. Por ello, el regreso de la reflexión a los años 68-69 no es mera nostalgia sino volver a digerir lo esencial de aquello para volverlo a proponer como la protesta radical e irreductible que emana de ese núcleo que ocupa el trabajo en cuanto el centro de la acumulación capitalista. Es la protesta que brota de la centralidad del trabajo en cuanto actividad humana que depende del capital para levantarse contra esa dependencia y afirmar lo contrario, la centralidad de la crítica y del sujeto social que, en cuanto el actor en que se manifiesta esa subjetividad del sujeto, la produce esa centralidad, dentro y fuera del ámbito laboral. La naturaleza ambigua y dúplice del trabajo en la sociedad capitalista da un nuevo paso con la globalización. No es que desaparezca en una sociedad en que ya no exista el Trabajo, en la que ya no se pudieran unir las masas en cuanto su condición de masas de trabajadores, condición homogénea socialmente, sino que esa masa se presenta de muchas maneras, por ejemplo, en las múltiples formas de prolongación del tiempo de trabajo, para unos, y en forma de paro para otros. Un trabajo que se hace dependiente, y para otros autónomo, pero siempre es, en el fondo, heterónimo, o sea, dependiente, pese a las apariencias. En todo caso, aunque se proponga a tiempo a veces determinado y a veces indeterminado, siempre es más precario orgánicamente. Un trabajo que lo invade todo pero que no define siempre pertenencias sociales claras y por eso constituye una nueva frontera de clase. El proceso de unificación de los sujetos sociales alienados y explotados no está en las "cosas", sino que, al hacer política, puede constituirse como subjetividad (actor que puede cambiar el mundo), una subjetividad que ninguna fuerza organizada de fuera puede regalarle.
La tarea de la primera innovación es, por ello, la de estimular y "estar dentro" del movimiento en esta nueva búsqueda tan posible y tan necesaria pero difícil porque es algo nunca visto, inédito.

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4. La organización de la fuerza política del movimiento y la reorganización de la fuerza política de la alternativa de izquierda en Italia y en Europa son problemas distintos pero ahora íntima y estructuralmente relacionados entre si, interconectados. Después de Génova, la segunda reorganización no se puede hacer eficazmente sin la primera organización y sin la relación entre ambas. Todo movimiento que quiera perdurar debe darse formas de organización, de su situación en el territorio y en un conjunto de relaciones. Vuelve a levantar la cabeza el tema de la democracia directa. La crisis de la democracia representativa y la naturaleza del movimiento de critica de la globalización -- globalización que es la causa principal de esa crisis-proponen una crítica radical de la delegación de poderes y proponen también la búsqueda de una serie de experiencias sociales que producen formas de democracia directa. Por otro lado, es bastante significativo que, en el momento en que la Fiom (el sindicato metalúrgico) rompe la condición de tregua social subalterna que padecía la confederación sindical, y que los trabajadores metalúrgicos reconquistan la huelga general de su categoría, se plantea de repente un problema de democracia para su desarrollo. La organización de un programa basado en la autonomía de los objetivos que emergen de la relación entre las necesidades y la crítica de la globalización neoliberal; la práctica social de un conflicto vago, prolongado, múltiple, y la construcción, ahí dentro, de una maraña de relaciones positivas y de elementos de unificación; un proceso creador del "movimiento de movimientos" capaz de estructurarlo, todo esto dibuja los primeros elementos de un proyecto que, por otra parte, define su objetivo político como el crecimiento cuantitativo y cualitativo de ese movimiento. El eje diamantino de ese crecimiento es la construcción de otro mundo posible. En ese crecimiento puede ser un salto cualitativo la constitución de una izquierda de alternativa y, en ese sentido, Génova constituye una línea de discriminación y una enorme potencialidad. En relación con esto tenemos que volver a pensar, y radicalmente, nuestras propuestas de una izquierda diferente, que represente una alternativa, una izquierda de alternativa, y además plural. El deshielo que hemos visto se ha convertido, con la huelga de los metalúrgicos y la experiencia de masa del Foro Social de Génova, en una ruptura y también en el inicio de una nueva fase política. Se radicaliza aún más, si fuese posible, el análisis de la naturaleza del gobierno de derecha visto como una recomposición del bloque burgués, aunque atravesado por la dialéctica entre las dos derechas (la mundial y la local), y el análisis de la crisis irreparable del centro izquierda, de sus estrategias de gobierno (el liberalismo tibio al servicio del gobierno más general de la modernización capitalista). La crisis de los Democráticos des Izquierda y de la central sindical Cgil tienen esa misma razón de fondo y, por ello, en el rechazo -que prevalece en esas formaciones-a cortar los puentes con aquel planteamiento se encuentra la explicación de su larga crisis.
Hay que añadir una dura constatación que es una previsión. No tendremos en los próximos años una izquierda política comparable con la que hubo en Italia, en la Europa latina o en la Europa anglosajona después de la guerra, ni en su versión comunista, ni en la socialdemocrática. Ni, al menos en Italia, tendremos en los próximos años un sindicato confederal, unido, autónomo, democrático, de clase. Lo que no quiere decir que no se pueda construir una izquierda plural, en Italia y en Europa, capaz de plantearse el tema de la conquista de la mayoría de consensos y de la candidatura al gobierno para llevar a cabo un programa reformador, pero para llegar a eso hay que pensar en métodos distintos de los que usaba la tradicional política unitaria, métodos que deben consistir, para empezar, en plantear en todo el territorio de las izquierdas y sus relaciones entre si, la novedad y la ruptura con el pasado que el movimiento representa.
El análisis crítico del sindicalismo confederal y de la Cgil, prisioneros en la crisis de los Democráticos de Izquierda, no quiere decir que no se pueda contar en los próximos años con experiencias de sindicalismo autónomo y de masa. Lo que sí quiere decir es que también en el terreno de la representación social hay varias maneras de hacer respetar las tentativas de los últimos años. Y quiere decir también, después de la huelga de los metalúrgicos, que también a la izquierda sindical se le abre un nuevo capítulo, ya sea en cuanto plataforma de oposición en el congreso de la central sindical Cgil, como en reflexiones libres sobre el asunto de los Comités de base, pero, sobre todo, en la construcción de experiencias de conflicto social y de nuevas organizaciones de lucha unitaria lejos del difunto esquema de la concertación y de la paz social. Sólo de la combinación de todo esto puede nacer una nueva reivindicación del movimiento sindical, un proceso radical de reforma de sus formas de organización y una izquierda sindical capaz de organizar movimientos autónomos de masa y de reconstruir prácticas contractuales eficaces. La construcción de una plataforma de oposición al gobierno de las derechas puede presentarse, en este contexto tan dinámico y complejo, como una articulación estratégicamente significativa, una encrucijada en que puedan converger, sin perder su fisionomía, movimientos, organizaciones sociales y políticas, en resumidas cuentas, un laboratorio abierto en que se haga un trabajo permanente y constantemente verificado y convalidado por experiencias territoriales como las que hubo sobre los grandes temas (desde el trabajo al medio ambiente, del Estado social a la escuela, del impuesto Tobin al salario social, y a la reducción del horario). Una especie de Porto Alegre italiano y continuo. Un programa no como ejercicio sobre el papel, ni siquiera sólo como la necesaria lucha contra el presupuesto, sino como la reconstrucción de la capacidad de atracción y de incidencia de los movimientos, del conflicto social y de las políticas críticas de las instituciones y de la economía para que pueda entreverse otro tipo de sociedad.
El gobierno de las derechas no es invencible. Su mayoría, aunque sólida, y con una orientación liberaloide va pasar una fase difícil. El país vive un importante deshielo social y un crecimiento de movimientos; la fase económica se caracteriza por factores cada vez mayores de inestabilidad e incertidumbre que pueden revelar las contradicciones internas de este desarrollo. Ambos fenómenos, cada uno a su manera, amenazan las posiciones políticas y pueden producir serias mutaciones. Una oposición social y política eficaz puede proponerse objetivos significativos y amenazar el consenso sobre el gobierno de las derechas. La cosa no es fácil porque exige abandonar radicalmente el ciclo del centro-izquierda y con él también el paradigma actual. Exige pasar de la compatibilidad de la organización social con la competitividad, a otro tipo de compatibilidad, a saber, la compatibilidad de la economía con las necesidades que el movimiento lleva a maduración, es decir, la construcción del programa sobre el "vínculo interno", conjunto de objetivos que los movimientos, organizaciones y políticas críticas deben fomentar mediante la elaboración y el conflicto.
El Prc (Partido de refundación comunista) hace suyo este proceso. En él se encuentra la primera razón de la apertura y de la innovación que son su vocación. En este proceso está el trampolín hacia una izquierda de alternativa, que puede asumir la gran tarea de la eficacia de la crítica, de la protesta y de la oposición a la globalización capitalista y a las políticas neoliberales.

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5. El partido es el sitio en que se produce la apertura y la innovación. Hemos defendido el papel del partido en la sociedad contemporánea frente a la crisis devastadora de la primera república y de la política creada por la revolución capitalista restauradora, y frente a la corrosión de las comunicaciones de masa con su secuela de espectacularización, liderismo, individualismo, reducción de toda temporalidad, también la de la política, a la serie de instantáneas del consumerismo. Hemos defendido el papel del partido en las instituciones representativas frente a la destrucción causada por la cultura del mayoritismo, de la alternancia y del primado de las coaliciones. Hemos defendido el papel de un partido comunista tras el derrumbamiento de los países del Este, en los tiempos del pensamiento único y en los de la reflexión sobre el siglo XX, también en el campo anticapitalista. Hemos defendido la razón de ser y el futuro de un partido comunista también contra la pretensión de mezclarse con un centro izquierda entonces aún victorioso. Esta resistencia tenía sus razones, se trataba sencillamente de no tirar la soga con el caldero. Aun hoy para sobrevivir, como en las últimas elecciones políticas, para ganar esa batalla -en que hemos tenido algunas victorias- hemos tenido que pagar un precio adoptando una actitud conservadora que ha ido un poco lejos. Ha habido, no obstante, experiencias innovadoras, pero no hemos sabido transformarlas en un proceso de reforma del partido. Ha habido elementos de innovación en la cultura organizativa --ver el trabajo de Chianciano-pero no han llevado a ese proceso de apertura hacia la sociedad, que es la clave de bóveda de la reforma. De esta manera, aunque haya elementos de refundación que se han metido a fondo con la investigación teórica, con la línea política, con las relaciones con los varios movimientos, pese a todo eso, el funcionamiento del partido sigue prisionero de las empobrecidas formas de la tradición, en una sociedad trastocada por la modernización capitalista, lo que se nota en el trabajo y en el terreno de la reproducción social, en las culturas, en la constitución de pertenencias, en los sitios de socialización y de comunicación, como en la ciudad. Así se escinde la realidad del partido,

por un lado, entre la riqueza de las aportaciones de las mujeres y de los hombres del partido a las fiestas de Liberazione, aportaciones a las manifestaciones de masa, a las movilizaciones, esas políticas generales o específicas a veces sobre temas poco conocidos, --en una realidad que necesita un partido muy presente en la Italia de las luchas y de la participación, y

por otro lado, en un ir tirando ante la realidad en que está metido ese partido. Un partido que se suele presentar con características de dominar todo desde arriba, desde la cúpula, desde el vértice, monosexuado, sin ganas de experimentar, enemigo de la articulación de varios conjuntos hasta el punto paradójico de adoptar actitudes burocráticas en un partido que casi no tiene ninguna burocracia, o bien la manía de negar el valor de la presencia en las instituciones.
Si todo esto era perjudicial pero, no obstante, políticamente soportable, hoy ha dejado de serlo porque hemos entrado en una nueva fase del movimiento, hoy está en juego la naturaleza del movimiento y el futuro del partido. La apertura y la innovación son hoy el camino necesario y esto debe transformar las culturas políticas, los comportamientos y el modelo de organización del partido, es decir, toda la forma del partido para crear una forma de partido coherente con el proyecto de un nuevo partido comunista, el partido que trabaja para que, con la protesta contra la globalización neoliberal, se pueda poner sobre el tapete el tema de la superación de la sociedad capitalista. Creemos que, también en esta fase, el partido, en cuanto organización permanente de mujeres y hombres que deciden constituirse en comunidad política para realizar un proyecto de sociedad, es indispensable para un proyecto unitario de lucha que conecte y atraviese la sociedad, la economía, la organización estatal, nacional o supranacional, y que, frente a la crisis de la democracia y del Estado-nación, siga siendo no sólo una instancia de participación, sino una posibilidad de ingreso de las masas en la arena política e, incluso tal vez, y de nuevo, que represente la dimensión internacional que corresponde al partido del momento de la globalización. Y precisamente en esta dimensión global, al menos europea, el Prc (Partido de refundación comunista) debe presentarse como un actor político unitario de la izquierda alternativa
Frente a los nuevos y múltiples movimientos, el partido debe aceptar su particularidad, que, en nuestro caso, es su lectura clasista de la sociedad, la propuesta de la cuestión del comunismo, y esto no sólo es una ventaja sino una necesidad histórica. Salvo que, para poder desplegar toda la potencialidad de esa ventaja, debe ponerse al servicio de los movimientos, de esa nueva generación que con ellos se asoma a la política, a las mujeres y a los hombres que pudieran estar interesado pero que son frenados por fuerzas que a veces tienen que ver con la idea que se nos ha hecho del partido, o con la idea que se nos ha hecho del comunismo - y no podemos negar nuestra parte de responsabilidad en el hecho de que existan esas ideas, responsabilidad del fenómeno histórico que son esas ideas, y también de la cotidianeidad en que se manifiestan. La conservación de lo que existe impediría el despliegue de esa potencialidad que decimos. La desaparición del partido lo impediría también. El movimiento en ese caso podría elegir otras vías, menos comprometedoras políticamente, y el partido perdería una gran ocasión de salir de la minoría.
Ahora se verá mejor que no hemos opuesto a la innovación del centro-izquierda la mera conservación de la historia del movimiento sino una innovación de sentido opuesto, la innovación del comunismo de la liberación. La razón de nuestra oposición no es que temamos que el partido sea contaminado por una sociedad genérica, que es la sociedad capitalista concreta, no es que temamos la contaminación de las culturas del partido con la cultura genérica actual, que es la cultura de las clases dominantes. Más bien preferimos la contaminación del partido, de sus culturas, de su praxis con las culturas y la praxis del movimiento crítico que se ha puesto a existir, el "movimiento de los movimientos", las gentes de Seattle. Que son las instancias que animan las nuevas rupturas, o, al menos, las distancias críticas frente a la revolución capitalista y su aparato político y cultural. Nuestra experiencia es una historia sometida a una mirada crítica, que recorren los grandes conceptos de nuestra política: el poder, la propiedad, el modo de producción capitalista, pero esa experiencia nuestra tiene que aprender las lecciones de otras experiencias, de otras historias y de otras culturas. Nuestro modo de ser debe convertirse en esa apertura y, en este sentido, debe innovarse profundamente, partiendo, para empezar, de la prohibición de toda separación.
La apertura pasa por el abandono de la idea de relación unívoca entre el partido y la sociedad, es decir, pasa por la construcción de una multiplicidad de relaciones entre esos dos polos. Incluso simbólicamente la idea de círculo sugiere un lugar cerrado desde el que se irradia el trabajo político tras la decisión, como ocurre con la federación y la dirección del partido tras el debate interno y la decisión. En este círculo se marginalizan el saber práctico y la confrontación con los otros saberes y las otras experiencias. La apertura consiste en reconocer la misma dignidad política, el mismo respeto a las zonas tradicionalmente secundarias de la política, a otros sitios politizables y cuya frecuentación puede ser muy útil para formar a un pueblo; sitios en que se estudia, en que uno se divierte, en que se come, en que se ve una película u otro espectáculo, en que se hace y se escucha música, en los que, sin imposiciones elitistas o autoritarias u organizativas, se forjan actitudes sociales y culturales, se crean relaciones positivas, es decir, se crea un pueblo de izquierda y se construyen nuevos lugares privilegiados. Debemos abrirnos a los movimientos, a las experiencias de lucha, a las diversas culturas críticas, ya para instaurar una circularidad de relaciones, ya para llegar, por este camino, a la definitiva superación de toda postura modernista del partido. Es necesario arraigarse en los lugares del trabajo, en los territorios, en la producción cultural, en la sociedad, echar raíces fundadas en el intercambio y la participación en un proyecto, o al menos en una aproximación virtuosa, capaz de crear los primeros paisajes de ese otro mundo posible.
Abrirse a la sociedad - mediante la valorización del saber hacer, mediante la apertura a los movimientos, a las experiencias y los saberes críticos-- para construir los elementos de otra sociedad, todo esto debe formar parte de una definitiva apertura en el partido. No basta con aceptar opiniones divergentes, hay que poder organizar un debate de veras libre que debe dar un paso al frente. Quien desde fuera nos mire con interés debe poder comprender para poder intervenir eficazmente; y más aún lo deberían poder hacer quienes nos miran desde dentro, las mujeres y los hombres del partido, para que puedan participar en la elaboración de las decisiones. Nadie debe tener miedo de nada cuando sostenga una tesis contraria a la vigente, pero al mismo tiempo esto supone el fin del viejo mecanismo de autoprotección del "sí, pero" para disimular una disensión que se considere peligrosa (si no para uno mismo, sí para las propias tesis políticas).
La apertura supone también la transparencia del debate político, la explicitación de las posiciones (lo tuyo sí, sí, lo tuyo no, no). No se trata sólo de un fragmento ético-político, ni de un problema, por muy decisivo que sea, sobre la democracia de un partido; se trata de la idea de la sociedad política que se quiere comunicar y, aún más, se trata de la comprensión de la nueva fase política y de los problemas que plantea. Estos movimientos no crecen como la prolongación de grandes y sólidas construcciones ideológicas ni de grandes, aunque terribles, ideas de la primacía del partido sobre los movimientos, crecen de otra manera. Por esto, el Prc (Partido de refundación comunista) ha preferido favorecer su autonomía y al mismo tiempo afirmar su presencia dentro del movimiento, como parte de esa autonomía. A esto debemos el éxito de nuestra acción. La construcción de la nueva y fecunda relación entre un nuevo partido comunista y un movimiento sintomático de nuestro tiempo pasa por la conquista de la igualdad y la reciprocidad. En la paridad hay también el deber de la recíproca comprensión. La apertura, hoy necesaria, pide a todos que se preparen para el cambio, también el propio.